Aquel niño vestía pantalón
corto de pana azul marino y camisa de cuadros celeste y blanca. Llevaba también
unos llamativos tirantes rojos y unos zapatos nuevos color crema.
Estaba pisando suelo,
un precioso y cálido parqué. Se encontraba en una enorme habitación sin ventanas que no
llegaba a cerrarse a simple vista. Parecía que sus dimensiones eran infinitas. De
cada uno de los planetas, estrellas y galaxias que se encontraban en la
habitación, brotaba una tenue y acogedora
luz, creando un bonito escenario de luces naranjas, azules y blancas que se difuminaban en la oscuridad. Aquel escenario se fundía en armonía con el sonido de un lento latido de corazón que se escuchaba en toda la estancia. Resultaba realmente placentero estar allí.
Entonces, el chico vislumbró un enorme cometa
que se movía en la pared. Brillaba intensamente y desprendía un agradable
calor. La forma rocosa del comenta agrietaba la pared en la que se dibujaba. Puso la mano en ella para tocarlo y empezó a
correr tras el comenta con una enorme sonrisa esbozada.
Estuvo horas recorriendo aquella pared agrietada e infinita,
sintiéndose el niño más feliz del universo y desgastando sus nuevos zapatos
color crema.